La Torra despierta y siente sus brazos desnudos. Con lentitud extiende las manos y abre los dedos una y otra vez. La temperatura del cuarto es inferior a la del edredón que ahora descansa en el suelo.
Cuando al fin consigue un poco de calor, la Torra deja la cama y se acerca al balcón. Entonces descorre el cordón de la persiana. Inmediatamente el paisaje atraviesa el cristal y despliega su imagen enfrente de ella. Si la Torra tuviera que describir el cuadro diría algo más o menos así:
La lluvia abandona sus gotas sobre el suelo de nieve. Los árboles, troncos y zarzas permanecen estáticos, tiesos. Únicamente tiemblan las hojas; sacuden su piel del otoño que aún cuelga de ellas.
Puedo escuchar un breve aleteo y el ladrido de un perro lejano. Pero no hay ningún canto, ni un ave, tan sólo una bestia de hielo que agita su cuerpo en las ramas: es el corazón del invierno.