Lo comentó la noche anterior en el bar y todos, incluyendo a Gregorio el mesero, opinaron. «¡Pero es algo descabellado!», dijo Cristoph. «¿Y así te dices detective?», preguntó Bernard. «¡Si supiera lo que planeas nunca contrataría tus servicios!», exclamó Tomas mientras Gregorio repetía «es una locura, es una locura».
Tomaban en la terraza, debajo de la fronda de un árbol que Antón, el detective amateur, no terminaba de identificar. Tenía los ojos clavados en las hojas que la resolana de mayo envolvía con un aura si no mística, sí irreal. «¿Otra cerveza?», le interrumpió Gregorio al momento de tocarle el hombro. «Sí, gracias», dijo Antón todavía distraído. «¿Pero cuándo se te ha ocurrido eso?», preguntó Cristoph. «Justo ayer, mientras revisaba el caso Marlene», contestó Antón tranquilamente. «¿Y exactamente qué te hace pensar que su muerte te llevará a descubrir quién fue el primer hombre de la humanidad?», inquirió Cristoph. «En realidad es a través de su padre», dijo Antón mientras levantaba de nuevo la vista. «¡Pero el árbol genealógico más grande de la historia es el de Israel, todos hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob!», afirmó Tomas. «Hay pruebas científicas», le interrumpió Antón, «que demuestran parentescos que se remontan al siglo XV y que involucran a 13 millones de personas, lo que bien se puede describir como una familia numerosa y lo que te permitiría, si así lo deseas, llamar a todos «hermanos»», dijo Antón en el momento en que una cagada de paloma caía dentro de su vaso.