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Bostezo

Me parece increíble verte sentada junto a mí, quince años después de conocerte y aún con ese anillo de hilo negro que te regalé en el metro. No puedo más que sonreír cuando echo reversa en mi cabeza y transito por las playas que acariciaron nuestros pies, por los parques y bancas que acecharon nuestros besos, por los caminos de tierra, cemento o piedra que nos trajeron hasta aquí. En todos mis recuerdos te llevo de la mano, aunque sé que no siempre haya sido cierto. En todos sonríes, porque incluso las pequeñas (o grandes) peleas que tuvimos se han convertido en nubes cinematográficas de alegría.

Todos los recuerdos se han tornado felices, pero queda uno tan perfecto y único que no necesita transformarse y logra que mis dientes se asomen cada día. El día perfecto en que te conocí. No fue ni tu cara, ni tu caminar, ni la forma como tuvieras el pelo, ni siquiera tu voz o tu mirada lo que inflamó mi pecho. Yo estaba en el Museo de Arte Contemporáneo, viendo Número 1, cuando alguien se paró a mi lado. Yo estaba abstraído —sabes que me encanta Pollock— y sólo por sentir a alguien cerca empecé a hablar de la pintura, de aquel arte hecho con palos, paletas, cuchillos y goteros, del arte que nació en una tela virgen extendida sobre el suelo sucio, de ese arte repetitivo pero nada convencional, de ese torbellino de líneas que pareciera no tener sentido ni propósito. Creo que hablé 5 minutos seguidos sin saber a quién me dirigía hasta que un pequeño ruido silenció mis palabras. Un suave sonido que hizo a mi corazón desviar la mirada, una flecha de cupido en forma de onda sonora: tu suspiro.

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Tras ganar su primer premio en efectivo, cambiarlo por brandy y cerveza y beberlos con sus rivales, descubrió su pasión por las letras y que la sopa en realidad sí es un buen alimento ...
Ilustrador. Ilustrador amateur de tiempo completo.
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