Prisioneros ilusos de esta selva cotidiana: México. Clavamos las huellas quemadas del Cuauhtémoc no blanco sino negro que llevamos dentro. Y navegamos ciegos, sordos, sucios, pero satisfechos y seguros. Andamos y no andamos, avanzamos y no avanzamos, estamos y estaremos donde estuvimos tantos tiempos torturados. Y que viva México, así, sin los signos de admiración porque, ¿cuál admiración? Nos han borrado los sueños de la pizarra en nuestra memoria individual y colectiva. Y ¡que viva México!, porque hay esperanza en cada planeta/universo/idea/cabeza sonsa que suena suave pero se escucha. Qué fácil olvidamos. De la sombra de un régimen anti-todo nos cuidamos. Qué fácil olvidamos. A nuestros muertos no recordamos. Qué fácil olvidamos. Caemos de rodillas sin sobarnos. Qué fácil y qué difícil situación, qué tanto y qué poco. Qué poco padre y qué mucha madre. Estamos de cabeza, bien lo dicen, pero como equilibrista, caminamos en manos. Estamos jodidos, bien lo dicen, pero como perros nos cuidamos. Estamos sin dirección, bien lo dicen, pero caminos nos creamos. Somos los que apoyan y no apoyan. Los que voltean la mirada y ponen el torso al putazo. Los que odian unos días y aman otros, pero no rajan. Somos costumbre, somos muchos y si somos México, entonces, ¿por qué no luchar?
Soñador. Escritor con los ojos abiertos. Mirada en la espalda. Aprendió a vivir las calles, los buenos tacos y el sudor de las mujeres. México es un puñal clavado en su espalda.
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