Pánfilo era un tipo medio soso que trabajaba en el zoológico todos los días de la semana. Hoy lo encontraron muerto adentro de la jaula del lince rojo; estaba con el cuerpo tapizado de zarpazos y con el rostro cubierto con sus manos.
De él poco se sabía. Claudia, su compañera de trabajo, con quien se sospecha llegó a tener un fracasado amorío, era una señora de estatura baja y con una pierna más corta que la otra; una mujer que para muchos pasaba desapercibida pero que para Pánfilo había llegado a convertirse en una obsesión. Ella le platicó a la policía la historia de su presunto amado mientras le escurrían de los ojos algunas lágrimas que arrastraban el rímel por su regordeta cara.
Ella contaba a modo de anécdota que Pánfilo nació por cesárea una noche de abril, que él siempre se acordaba del día que sintió cerca aquel cuchillo. Y desde entonces traía una cicatriz en el cachete izquierdo en forma de signo de interrogación, misma que provocaba que Pánfilo viviera frustrado pues siempre pensó que por esa razón las mujeres no sabían qué responderle cuando él les preguntaba si querían ser sus novias.
Claudia en realidad nunca fue su novia, confesaba al final llena de suspiros frente a los policías. Lo que ocurrió este día fue un arranque de locura, dejando encerrado a Pánfilo en la jaula del felino y ofreciéndolo como carnada mientras dejaba salir al animal en su hora de comida. Confiesa también al mismo tiempo que se justificaba por aquel acto, que él había intentado besarla a la fuerza, cosa que para los policías resultaba bastante insólito. Ahora Claudia enfrentará a la justicia por haber rechazado los labios de aquel desventurado individuo.
