Carlos era hijo de forense primo de periquero y cuñado de pornógrafo. Jamás hizo nada sin supervisión de su hermano el cocinero y lo que más lamentaba en la vida era haber heredado la arrogancia ingrata de su madre. Anduvo por los mismos caminos de su abuelo el manco, y respiraba la fatiga sanguinolenta de los días como su tía la carnicera. Un tío principiante en pederastia lo emborrachó la primera vez en la casa de la abuela loca y lo introdujo para siempre en el trasmundo alcohólico de su hermosa prima snob que murió un primero de enero, el mismo día del cumpleaños del bisabuelo, día festivo en el que la muerta hija snob del periquero cayó en las manos enamoradas del hijo del forense y este sintió por fin el frío abrazo de una vagina mientras el esposo de su hermana la contorsionista, supervisada por su hermano el cocinero, filmaba las arrogantes e ingratas embestidas de Carlos y de lo que sería su único momento de amor.
