Se miran. Se vuelven de pronto dos destellos e iluminan las corrientes. Destierran la solemnidad, soplan con la boca expansiva que alza las olas y se desploman con azotes de sal, pulen peñascos con paciencia rabiosa hasta reducirlos a arena. Son el embate y la calma que sigue al arrobo de la tormenta. Son la piel tensa de la vela hinchada. Son el grito en popa cada noche y por la mañana. Son la cresta de espuma que lame la costa y blanquea los troncos.
Y sin importar si ellos con su distancia o ustedes con su cercanía, sin que la gramática gobierne el curso de las estrellas, desembocan juntos y revierten la marea.