La propia respiración instaura un ritmo, una progresión que no termina hasta llegar al punto del origen. La propia respiración determina la secuencia de la noche; una exhalación profunda llena el firmamento de estrellas nerviosas y hace emerger formas diversas entre la neblina.
Pero es en la noche circular cuando puede verse al niño sobre la luna muerta. Deshabitado, espera a que la oscuridad avance como un río en las pesadillas. El silencio se impone como una columna en su cuerpo inmóvil, y de su angustia oculta se han desprendido ramas informes, al igual que del muro caen los caracoles.
¿En qué instante todo comienza a caer?
¿Qué inmovilidad, qué grave interrupción ha hecho que los ciclos no culminen?
Sobre la luna muerta, sobre el círculo en cenizas todo ha vuelto ser quietud.