El infierno me parece un sitio digno de recordarse: sus interminables horizontes devoradores de luz, las hermosas cascadas de fuego, el río llameante en que se originan y los cálidos pozos de azufre donde desembocan, y el bosque de árboles calcinados que rodea al palacio de obsidiana y ónix donde habita el Rey de las Tinieblas son todos ellos lugares hermosos sin lugar a dudas. Incluso disfruté los inconsolables gritos de todas las almas que se dirigen irremediablemente hacia el olvido. Bien visto, sería difícil para cualquier artista venir por primera vez a este lugar y no salir de aquí con la mejor de sus obras en mente. Pude haber venido cualquier día por cuenta propia, aun cuando soy un buen hombre, aun cuando fui un buen hijo. Pude haber venido a nadar en el río y sumergirme en los pozos de azufre. Pude haber arrojado fragmentos de luz al cielo esperando que éste los devorara, antes de volver a la comodidad de mi casa con un recuerdo imborrable. Sin embargo, consecuencia natural de la costumbre, una segunda visita puede arrebatarle a esta hermosa tierra todo lo que tiene de novedad. ¿Será que las cascadas son ahora más pequeñas? ¿Será que el palacio no es tan oscuro como lo recordaba ni su cielo tan alto y tan desesperanzador? ¿Será que las almas no lloran tan fuerte? ¿O será simplemente que me pesa más visitar a mi padre?
