Un instante en tu mano me bastó para reconocerte.
Unos minutos en los que el frío se desvaneció y reconocí los síntomas del sosiego.
Conocí la placidez de tu compañía en nuestras largas caminatas a casa y desoí a la impaciencia del tiempo cuando no tiene certeza de los días.
Los años de saber de tu nombre se condensaron de repente.
Un momento.
El momento.
Los días siguientes transformados en besos.
He aprendido a desconocer al miedo, desde entonces. Junto a ti, mis alas se extienden en el aire con seguridad. Entendí que no somos los animales de tierra que creíamos ser:
Sólo somos.
Tú. Yo.
Y volamos en simultáneo.
