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El retrato

Basta mirar un poco por aquel cristal roto. Desde ahí se alcanza a ver la mano que de un momento a otro se cierra hasta formar un puño, en él las venas comienzan a hincharse mientras retienen la sangre que hierve desde el inconsciente y se levanta en el aire, amenazador y fugaz, poniendo en riesgo el amor de esa pareja que se dedica a maldecir la hora en que se conocieron.

El corazón ya no está en el pecho, ni en la boca, ni en la cabeza… el corazón está dentro de las manos de aquel hombre que dice ¡te amo! mientras ella grita una especie de letanías que apenas si se escuchan acá afuera, y él continúa con la arritmia punzante que lastima el rostro entumido de aquella mujer.

Al fondo de la habitación hay un muro que ha escuchado más lamentos que el Templo de Salomón; en él cuelga un borroso retrato, vestigios falsos de un presente que le sonríe a la cámara mientras el dolor susurra en los oídos de quienes lo miran a través de las pantallas del computador, de las portadas de revistas, de los perfiles de Facebook y de cuanta imagen pueda camuflar las tempestades del matrimonio azul y rosa que con gran entusiasmo se prepara para posar ante una nueva fotografía que será motivo de largas murmuraciones.

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Lleguemos a un acuerdo, tú me lees, yo te escribo.

«Había noches en que todo el mundo estaba como esperando algo y yo me sentía como un nómada fracasado, de esos que van a todas partes sin llegar a ningún lado.»

Escribo «adios» sin acento para que no suene a despedida.

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