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En la red

Yo sé que tienes miedo,
sé que me lees y guardas todo,
sé que escondes cada cosa que te he regalado
como un tesoro. Y yo te digo: ¿para qué?
No estoy pensando en nada,
a veces cuando hablas,
juego a estar interesado, por compromiso.
No me importan muchas cosas
de ti, ni tu pasado violento,
ni tu presente inconstante. No me importas por mucho tiempo. Te lo aseguro.
Pero cuando te veo, desnuda, como una cicatriz
bajo el agua.
No puedo pensar en otra cosa,
me invade la ansiedad de poseerte,
de ordenarte,
de saber qué piensas,
luego, cuando terminamos
todo eso pasa.
Y te vuelvo a preguntar:
¿qué hora es?

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Me enseñaron a escribir y a contar desde los tres años con ayuda de naipes, corcholatas de colores y revistas de ciencia. Mi televisión (de esas grandotas de madera ) no se veía, así que tenía que imaginarme lo que sucedía adentro, ¡oh imaginación! La poesía es como un sol, adentro, único y salvado: respirar de sus manos amigas, como de pájaros azules que se vuelan por el cráneo, pisar el pasto seco y el aroma acuarela de los mercados, decir con sus jaulas las negras olas desnudas que me toman por el brazo; el sol ondula por encima, como un pálido disco blanco enjuagado. Cuando no trabajo en mi laboratorio me gusta salir a caminar mucho y visitar el océano, ¡ah! y los efectos psicodélicos de las guitarras jaguar. Me gustan las puertas viejas y vencidas, los paseos sin sentido y el viento en la cara cuando voy en moto. No me gusta cortarme el cabello.
Enamorado de las novelas gráficas, interfaces de videojuegos, malteadas de Coyoacán, floating points, caminatas nocturnas bajo la lluvia, errores de computadora y libros infantiles. Del infierno a tu corazón.
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