Esa no soy yo. Esa nunca fui yo. Jamás lo fui porque nunca me gustaron los pájaros azules ni los guantes rojos ni la moda exagerada del cabello de colores de fantasía.
Esa nunca quise ser yo. Sólo me dijeron que le ayudaría a mi carrera y que si cambiaba del pop al hard-pop me acercaría a los jóvenes necesitados de un ídolo en el que creer.
Me transformé en lo que no era yo. Canto semidesnuda para miles de fanáticos, me revuelco en el piso con las piernas abiertas en mis shows, le restriego el culo a otro cantante famoso para excitarlo y especulo con la idea de que mis fans se masturban con mis pósters en la oscuridad de sus cuartos.
Ahora soy lo que nunca fui. Me hice poner unos implantes para aparecer en la portada de una revista sexista y convertirme en la decimotercera esposa de un viejo pederasta multimillonario al que ni siquiera se le para.
No sé quién soy y es muy tarde para saberlo. Sólo sé que heredé todas las propiedades del viejo al que maté con un infarto mientras intentábamos coger y debo fingir ante la masa mediática que muero de tristeza.
Llamen como quieran a esa que no sé quién es. Tal vez no existo. Tal vez soy el personaje fantástico de una revista sensacionalista de medio pelo en el que se basarán para filmar próximamente una película.