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Ilusión de la guerra

Que no mienta el oxígeno feminista,
es la espada un falo erguido para luchar,
no es un vientre.

Quiere el príncipe defender su amanecer,
pone sobre la nube su aliento mortal
y cabalga viento abajo con la lluvia.
¡No es exagerada tanta maldición!

Abrazados los unos a los otros, los hombres
hablamos de espadas, de piernas y de riñas.
Es suficiente, nos basta para hacer la guerra
un poco, no mucho;
mujeres, tierra y alcohol, no pedimos más.

Nos vamos al jardín que nadie sabe,
¿brillan los huesos de los justos
bajo la tierra?
A ladrar. Vamos todos ladrando.
Y bajo el sol un poco nos arde
y un poco nos llueve.

Me enseñaron a escribir y a contar desde los tres años con ayuda de naipes, corcholatas de colores y revistas de ciencia.

Mi televisión (de esas grandotas de madera ) no se veía, así que tenía que imaginarme lo que sucedía adentro, ¡oh imaginación!

La poesía es como un sol, adentro, único y salvado: respirar de sus manos amigas, como de pájaros azules que se vuelan por el cráneo, pisar el pasto seco y el aroma acuarela de los mercados, decir con sus jaulas las negras olas desnudas que me toman por el brazo; el sol ondula por encima, como un pálido disco blanco enjuagado. Cuando no trabajo en mi laboratorio me gusta salir a caminar mucho y visitar el océano, ¡ah! y los efectos psicodélicos de las guitarras jaguar.

Me gustan las puertas viejas y vencidas, los paseos sin sentido y el viento en la cara cuando voy en moto. No me gusta cortarme el cabello.

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