Jorge Cemi estaba loco por su maestra de actuación de un taller de la prepa. Una mujer diez años mayor que él que, aún sin maquillaje, parecía una muñeca de porcelana.
Ella lo vio al principio como una cosa muy tierna e inocente pero luego, poco a poco, encontró en él a un verdadero amigo. Le contaba todos sus problemas, sus amores y desamores. Él escuchaba. A cierta hora, al terminar su última clase de cada día, él entraba por la puerta (no tocaba, ella abría un poco antes). Después el chico se iba a su casa y a veces seguían hablando por teléfono.
En una de esas ella le dijo de la nada que cuando fuera al día siguiente tendrían un ensayo muy especial. Ante sus dudas ella admitió que harían el amor. Un calor invadió todo el cuerpo de él, se venció, no pudo ponerse en pie durante toda la noche.
La encontró desnuda, sentada, esperándolo. Fueron varios meses de visitas cada vez más frecuentes. Pero ella se marcho al DF a tomar una de esas raras oportunidades de actuación, de doblaje de caricaturas. Él prometió seguirla, le escribía cartas cada semana y cuando finalmente pudo ir (como estudiante universitario) la buscó y todo comenzó de nuevo. Entre sus cosas descubrió que ahora ella tenía novio. Jorge dejó de verla. Tuvo que regresar a su ciudad, abandonar la carrera. Ya no supo en que dirección encontrarla después en el DF. En Navidad la fue a buscar a casa de sus padres, no estaba, así que le dejó una copia del libro en el que se incluye este texto.