La amé como se ama lo inefable, como se ama a una virgen o a una promesa. Sentí por ella todo lo que quedaba por sentir. Pero un día cambió. Dejé de ser todo para ella y comenzó a odiarme.
Desde el principio no estuvo bien, ¿cómo podría estarlo? Pero no voy a echarle la culpa porque debí ser yo el que detuviera todo. Debí decir no aquella noche cuando su madre nos abandonó y entró en la regadera para consolarme.
Han pasado dos años y ahora quiere irse porque está embarazada y dice que debe darle a la criatura otra verdad sobre su origen. No me importa el asunto del hijo, yo la quiero a ella, está ligada a mí en todos los sentidos y de todas las formas.
Lo he pensado mucho, se acercan los aguaceros y se inundan los arrozales. A ella le gusta salir a caminar y correr bajo la lluvia y ama, por sobre todo, flotar boca arriba, sentir las algas rozando su piel bajo el agua.
Un día como mañana quizá se quede dormida sin darse cuenta, quizá se olvide de respirar y la vida que trae dentro germine.
No tengo miedo, no es injusto. Le di la vida y ahora debo quitársela.