Imagina una pared llena de caracoles de mar llamándote a lo lejos con un canto, casi un susurro. ¿Lo tienes?
Ese lugar es la casa de mis vecinos y ese muro evoca la imagen de un marino que, según cuentan los viejos, fue raptado por el profundo océano.
No saben si fue una ola la que lo abrazó o si el color lo condujo al agua; de lo único que están seguros es que al poner un terso caracol en tu oído puedes escuchar las palabras de aquel hombre: pistas, melodías que te conducirán a la infinidad celeste, donde él está.