Lucía se mira en el espejo. Si se detiene en ello, se dará cuenta de que su piel, aunque suave, tiene una textura porosa.
Levantará un brazo y lo mirará de cerca. Lo inspeccionará a contraluz y notará que algunos pelitos se erizan, como conscientes de que los observan.
Recorrerá sus hombros y advertirá que donde nacen sus senos, pero también en el abdomen, pubis y muslos, el color de su piel es mucho más claro. Entonces recordará que durmió bajo el sol durante quién sabe cuánto tiempo con el vestido de gasa puesto.
Lo que definitivamente no reconocerá es la sombra que aparece justo a la mitad de su pecho y la que se desvanece formando una cruz hasta sus piernas, donde altera su cauce para desembocar únicamente sobre la izquierda.
Mirará la mancha con horror. Querrá cerrar los ojos, pero no le será posible. Intentará taparse con las manos, pero sus dedos se derramarán sobre su rostro y lo empaparán hasta anularlo.