Emerger como un héroe a través del humo de tu cigarro, agitar esas tristes aguas de los bares olvidados antecedido por una brasa incandescente, ardiente como cualquier antorcha del infierno; soslayar la música caliente y llevarte la mano a la cara como Sean Connery haciendo de James Bond, lentamente, hasta ese cigarro que te enaltece, hasta ese rollo de papel blanquísimo que acentúa tu hombría, y retirarlo de la boca únicamente para descender de las alturas y otear, desde tu grandeza megalómana, desde tu torre de éxito y prosperidad, a ver quién hay, quién se merece el milagro diáfano de tu compañía, de tu mirada, y vuelve ese pitillo a tus labios, tus dedos sosteniéndolo con la gallardía de los viejos tangueros porteños, alzando la ceja como un detective sanguíneo enfundado en una gabardina, en un sombrero negro, enfundado en el eterno callejón oscuro de la noche; más afilado que tus intenciones, que tus labios rodeando esa fuente de humo suramericano, azuloso como un cadáver; tus labios lamiendo la fuente misma del misterio, besando la muerte y expulsándola de la manera mas sensual que ha podido ocurrírsele a humano alguno.
Ver a la nena, a la mujer, a la femme que hace lo mismo que vos, que exhala en un orgasmo el humo plateado de sus intenciones inguinales, de sus ansías de procrear dioses y mejorar la especie.¿Cómo no encontrarse? Vas hacia ella, los dos poseen el fuego, los dos manipulan libidinosos el material primigenio de las estrellas, los dos respirarán el desaliento de los volcanes del pacífico, se merecerán y se mecerán a través de los siglos y la música.
Está escrito en las cenizas del tiempo.