Siempre me preguntaba de ti, siempre quiso que le dijera si tus labios de verdad eran tan suaves y delicados como parecían, si tu piel era tan tersa como esos pétalos suaves que tienen las rosas.
—No, ella es como las rosas, pero sus labios no son de esa tersura que se parece a los musgos que nacen en la lluvia. Ella es una espina, es de esas flores que lastiman. La tersura de su boca es una coartada, su piel no tiene la suavidad de las nubes, ni su voz el brillo de los astros. Ella es espina. Una dureza compleja y lacerante.
—¿Y tú, eres acaso la suavidad?
—No, yo ni siquiera tengo pétalos. Ella era una flor completa, yo soy como la Medusa que carga en su cabellera la posibilidad triste de la sal. Toda yo soy espinas aunque mis cabellos parezcan pétalos dormidos.
—¿La amas?
—Hoy la odio, hoy es para mí una agonía triste, hoy es la forma compleja de un dolor que no descifro.
—¿Y entonces?
—Soy débil.
-—Hasta dónde llega esa debilidad?
—Hasta el punto de aceptar los pinchazos.
Así, él me pregunta de ti y yo le digo la verdad, no le oculto este amor tan nuestro que se convirtió en odio a fuerza de dolores rancios, de rencores nuevos, de esperanzas que caen secas sobre la mesa, como pétalos marchitos, como esta sensación de haber perdido la batalla.
