Yo fui un vampiro. También Supermán. Amé con todo mi corazón a Glorita, mi vecina, con sus ojos de mar y sus hoyuelos en las mejillas, hasta que se cambió de casa. Mi tesoro estaba enterrado en el camellón de enfrente, justo en la tercera palmera, también mis lágrimas derramadas por todos los pájaros caídos de su nido que quise salvar, pero que nunca me duraron más de dos o tres días.
Michi fue testigo de todas mis proezas, de mis rodillas y brazos raspados y de mis descalabradas, así como de mi pie y mi récord rotos cuando fui campeón de salto de escalera saltando desde el quinceavo escalón.
Hoy, al mirar a mis hijos, siento cómo sus sonrisas convocan a aquél niño que fui, y vuelvo a recordar a Michi, mi gato, mi compañero, y recuerdo tan claramente cómo, al morirse, se llevó consigo parte de mi infancia.