Enlodado como siempre en el pantano de mis angustias, hundido, inmundo y casi diluido en el olvido de tu memoria, el jueves decidí hacerme el valiente y darle un giro a mi destino de inercia, de mosca rondando el desperdicio.
El perpetuo rayo de luz que los dioses se permitían contigo, atravesaba cada vez y cada vez más mi cerebro entrando por el parietal y luego ¡bam!, estrujabas mi hipotálamo entre tus tetas sudorositas y surgías impune, como todas las mujeres bellas, con inmunidad diplomática para destrozar cuando les plazca.
Pero no importó, así cegado y todo te dije que si te dejabas invitar a una cerveza, que si querías fumarte un cigarro conmigo y contestaste que sí, que de una. No te importó mi ropa húmeda ni el olor a pantano que se adivinaba en mi aliento, y solo por eso te fui dando permiso para destrozarme.