Es la mañana, la puerta abierta, el viaje; los juegos infinitos, las alturas imposibles. Mis trenzas se activan con sus alas para largarnos lejos de las piedras, de los filos, de los hilos a punto de romperse, de la sombra, del ruido en el armario.
No lo alcanza el animal de la sospecha, la espina no lo aguija, mi peso no lo aplasta. No lo hieren mi sangre ni los clavos, ni los huecos, ni la sed, ni los fríos, ni las balas. No lo desmembra el sueño herido ni el temblor de mi mano o el miedo, o el mundo, o la distancia, o el tiempo, o el miedo, o el día o la duda o el miedo o el paroxismo.
Me aleja de mis demonios.
Me mata de hambre.