Supongo que aún te cuesta algo de trabajo caminar con esos tacones, pero te sienta muy bien la comodidad de ese collar de perlas. No me he acostumbrado a mirarte de frente, pero así es más fácil.
Ahora podemos hacer todo eso que queríamos cuando sólo eras un ser humano común; podemos dejar los prejuicios y entendernos. Pienso que tardaste mucho en convertirte en ti.
Te miro y te veo tan distinta, tan relajada, más feliz; ahora solo ladras cuando estás enojada, que pasa muy poco, y has dejado de preocuparte por todo. Me quieres todo el tiempo y me escuchas como si de verdad te importara todo lo que tengo que decirte.
Aunque siempre fuimos buenas amigas, la verdad es que me tenías harta con tu forma de opinar sobre mi vida. Pensaba que tal vez, si comieras menos pescado y más galletas tu mal aliento desparecería, junto con tu apatía y tu mal humor.
Y mientras te escucho, siendo menos mujer y más perro, me doy cuenta de que todos debemos esperar por nuestra correcta transformación. Nada sucederá si nos quedamos echados en el sillón esperando que nos crezca el pelo. Para convertirse en perro hay que querer serlo.
Y así, mientras nos contamos historias viejas en la barra y fumamos cigarrillos aunque esté prohibido, me imagino en lo que me espera y en qué me convertiré yo…