Yo sabía del malestar de la conciencia, de ser en la oscuridad descubierto. Lo que no esperaba, lo que no conocía era la propia pena de ser ingenuo, casi estúpido. Y no era que fuera bueno o no, sino más bien cobarde, pusilánime. Vergüenza era lo que sentía, pero vergüenza por no poder empuñar la espada, jalar el gatillo, morder, matar; mentir sin culpa, sin remordimiento; siempre incapaz de ignorar a los otros. No soy un sobreviviente, soy un buen hombre, pero impotente frente a la rapacidad necesaria para defender y luchar lo mío. Por eso prefiero la soledad, el encierro y la cueva.
Mi nombre es Rémora y camino con la cabeza agachada, nací culpable de todo y de nada, sufriente por todos y por nadie.