Se encontraron una semana de tres domingos,
y al segundo abrazo nadaban a la deriva.
Una marea desenchufó los cables del pasado,
y navegaron toda la noche, entre palabras encendidas.
Tan brillante como el sol en sus caras,
el silencio que los ilumina.
Pusieron en modo avión sus celulares,
y dejaron que se acabara del todo la pila.
Dejaron flotar las viejas excusas,
mientras planeaban una despedida.
Había que decir adiós a los viejos hábitos,
desencadenar el alcohol de las heridas,
volverse cuerdos siendo insensatos,
y darle chance a las puertas de salida.
Elevaron el ancla del piloto automático,
el que siempre aseguraba la movida.
Se vieron en el reflejo del espejo del cuarto,
y pudieron ver el tiempo que hacía que no reían,
como ahora reían.