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Resbalar en la pestaña

«Siempre hay un parpadeo que pierdo de vida, hay un parpadeo en el que se pierde mi vida y soy alguien más y cuando parpadeo de nuevo soy el de antes. Y el otro, el que aparece interparpadeo, lo vivo como un espectador, así como él me ve a mí, me vive a mí, cada vez que parpadea. Sí, es una vida parpadeante, titilante, de incontrolable estroboscopia, y a veces coincidimos él y yo en el espejo, lo veo parpadear ante el espejo y es igual a mí pero con otras cicatrices de vida, ¿me entendés? El mismo cuerpo, pero no le ha ido como a mí: creo que he sido más feliz y he hecho menos cagadas que él, pero somos el mismo cuerpo, la misma carne. Es raro, igual el parpadeo es una cosa compartida, casi una pelea de intermitencias y si algún día intentamos comunicarnos un ejercicio en el espejo y marcadores; otra vez quizás coincidimos en restaurantes, cervezas y soledades y nos mandamos mensajes a través de notas en servilletas y cosas así. A veces él maneja su camión y yo estoy en el trabajo y me concentro más en el paisaje que vivo a través de su parpadeo que en el paisaje de oficina de mi propio parpadeo. Raro, ¿no? Alguna vez me descubrió masturbándome mientras él se follaba a una chica y no le gustó nada, ni mierda; ya había pasado a lo largo de los años, hemos sido testigos directos de la vida del otro: chichí, popó y cosas peores, pero esta vez parece que estaba enamorado y vi cuando se levantó y empezó a buscarme. Yo parpadeaba angustiado, observando cómo a través de los días fue juntando pistas de mi cotidianidad y miré impotente su preparación y ¡dios mío!… las intensas manejadas, casi sin parar; iba acercándose primero a mi país, luego a mi ciudad, y luego comenzó el juego de las calles, la huida, sentirlo cerca, perderlo, el plan… Espérate, espérate, espérate…».

El sujeto hizo un gesto de silencio con la mano levantada a pesar de encontrarnos en una avenida atestada y cerró los ojos unos 5 segundos. Luego sonrió tranquilo y me miró fijamente.

«El plan funcionó, discúlpeme».

Y se retiró caminando con el mismo afán que traía cuando llegó.

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Escritor/Ilustrador.
Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez.

Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena.

Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda.

Amén.

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