Si los lobos aman a la luna y la luna a la oscuridad, entonces me arrodillo y entierro entre los arbustos mi mortalidad; dejaré de ser inapetente, me dejaré ir ante las sombras.
Lo escucho llegar: sigiloso, encantador, con su pelaje de plata y una canción.
El último de ellos baja… lo escucho aullar y tras él una hermosa serenata que marca el ritmo de la pesadilla que es esta espera, la de no saber si morir ahora o morir despúes.
Siento la adrenalina correr; curiosidad y un olor a sangre crudo que me revienta las córneas y ahora mis ojos son rojos de dolor. Su aliento me sigue llamando, lo siento clavado en mi espina dorsal y no me muevo, no me atrevo.
Espero con calma, pero esa canción… es la canción lo que me recuerda que la matanza del lobo es su alimento, que yo soy su alimento. Y ahora ya es tarde…
Sigo de rodillas empuñando un cuchillo y esperando que se acerque un poco más a mí, me dejo llevar por el sonido que sale de sus garras al rechinar el metal y me pierdo en un inmenso placer.
Ya no importa nada, ni el olor a sangre ni el rechinar de sus garras; tampoco el temor ni el filo de sus dientes, ahora ya lo sé y no tengo miedo, si he de morir que sea ahora y para siempre, envuelta en su cuerpo y en el calor de sus costillas.