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Sin título

Vacía la palabra queda
Un cráneo de hojas envueltas flota
La cruz de hielo de lo que siempre dijimos
No quiero ser enterrado con mis mascotas
Te escribo desde el fuego del ciempiés de mis días
Seré viejo, seré un astro, seré melancolía
Y bajo mi pecho la vergüenza arrastra
El cuerpo de mi madre repleto de agonía
Su sol envuelto en aves canta
El fuego y el vientre de un ave maría
El ciempiés regresa a su cola y come despacio
Repite con voz de joven ingrato
El viejo reloj de mis negros días
Te escribo bajo el fuego del ciempiés de mis años.
Seré viejo, seré un astro, seré melancolía.

Me enseñaron a escribir y a contar desde los tres años con ayuda de naipes, corcholatas de colores y revistas de ciencia.

Mi televisión (de esas grandotas de madera ) no se veía, así que tenía que imaginarme lo que sucedía adentro, ¡oh imaginación!

La poesía es como un sol, adentro, único y salvado: respirar de sus manos amigas, como de pájaros azules que se vuelan por el cráneo, pisar el pasto seco y el aroma acuarela de los mercados, decir con sus jaulas las negras olas desnudas que me toman por el brazo; el sol ondula por encima, como un pálido disco blanco enjuagado. Cuando no trabajo en mi laboratorio me gusta salir a caminar mucho y visitar el océano, ¡ah! y los efectos psicodélicos de las guitarras jaguar.

Me gustan las puertas viejas y vencidas, los paseos sin sentido y el viento en la cara cuando voy en moto. No me gusta cortarme el cabello.

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