Llegó a casa y miró detrás del refrigerador. La caja seguía allí, aquella caja que el mago Titus le había pedido que guardara. Seguía cerrada como desde aquel día y la llave escondida en la estufa vieja.
Desde esa noche, en sus pesadillas comenzó a soñar la asfixia, el ahogo que venía en las formas más inesperadas: las manos del mago, el estanque, la mutilación…
En vano intentaron encontrarla los otros, ella se encargó de escapar. Fugitiva de un destino impuesto, debía escabullirse hasta la propia cara del porvenir.
Él regresaría por ella y nadie más que él debería abrir la caja. Pero hoy, después de varios años de desaparecido, hallaron el cuerpo de Titus y ella supo lo que debía hacer.
Sacó la llave, la metió en el ojo de la cerradura y abrió la caja. Todas sus ilusiones se perdieron, miró por primera vez la realidad sin filtros ni analgésicos, sin expectativa alguna y desató su propio infierno interior. La caja la hizo mirarse en el absurdo más profundo.
Pandora vio la caja vacía, la pesada caja que estuvo revestida de ilusiones, que nunca contuvo nada sino un motivo.
Abrió las hornillas de gas y se sentó en el sofá a esperar a que llegaran los otros. Ya nada tenía sentido y estaba de sobra vivir.