Y deberé dejar lo que amo, lo que desde el principio se convirtió en motivo de todas mis ausencias y olvidos, de mis escapes y pequeñas muertes. De mis mañanas perdidas entre brumas, de mis noches ganadas al tacto ciego, a la caricia desmemoriada.
A su lado conocí los días sin nombre y los cuerpos sin dueño.
Hoy la historia ha cambiado y la sola idea de que exista la posibilidad de que desaparezca me abate. Entonces corro como una loca a su encuentro y le juro amor infinito. Me arrodillo y le suplico indulgencia porque peco todo el tiempo de pensamiento y omisión. Abro los ojos y está ahí, permanece, se viste de ofrenda: sabe que no puedo, que no sé.
La verdad es que me está matando: su fidelidad me hiere y su lealtad me asfixia, pero al mismo tiempo es vida lo que siento; ansia eterna, deseo purificado con mi sangre y mi masoquismo.
Temo que cada día y cada noche futuros estén marcados para mí.
Miedo es la palabra; que este mi ser no encuentre nunca sosiego, ni aniquilada en sus manos ni besada por su látigo.
Y yo que sólo busco a la que nadie encuentra.