Entrar por esa puerta es un trabajo extenuante.
Por la mañana se da un baño corto pero con una cantidad exagerada de champú para que el olor le dure todo el día. Todo el día en el call center contestando llamadas de clientes molestos. A veces ni siquiera sabe qué compraron o qué servicio estuvo mal hecho. Sólo recibe gritos, a veces felicitaciones por su trabajo (una vez cada seis meses, en promedio). Pero lleva la diadema auricular con la cabeza bien puesta. Llamada tras llamada, hace su trabajo. El gafete dice asesora, pero en realidad debería decir recepcionista de dolor. Porque cada queja es un dolor, del cliente con la voz alterada, con el dinero gastado y con el nada me sale bien.
Ella percibe en cada voz los tonos: el enojo, la decepción, el coraje, la indignación, la tristeza. El producto no importa, es el cliente que es persona. Ella los sostiene por unos minutos y todo queda grabado con fines de calidad.