Siendo las 23 horas con 44 minutos y en pleno uso de mis facultades mentales (o al menos hasta que ese aire comience a silbar y haga iiiiiii y luego aghhh mientras hurga entre ventanas y puertas) declaro que he sido embestido por una sombra. Hay gotas de sangre en el chaleco verde que utilizo cuando voy en mi bicicleta. No obstante, desconozco si son mías o de esa fuerza que me ha dejado un hueco de horas en mi mente, como cuando sufres una buena cruda; horas en las que a una carcajada le sucede un ronquido y luego un largo sueño hasta que te despiertas con un eco en la cabeza: ¿qué ha sucedido? Desperté en esta silla… Recuerdo haber entrado al baño tras sentir ese calor que recorría mi espalda y que al llegar a mis costillas se convertía en escalofrío, en temblor en mis manos, en picazón en mis dedos. Y quise echarme agua, y al echar una mirada a mi cabello sentí que algo detrás de mí me miraba. No, no hice caso pero ya escuchaba ese iiiiii y luego aghhhhh y poco a poco los vellos cobraban vida propia, sentía mi piel arder. Luego un olor. Mi nariz se ensanchaba, los poros se llenaban de sudor y ese iiiii y luego aghhh seguían agitando mis nervios. Y él seguía atrás, esperando atacarme.
Y aquí estoy, escribiendo. Tratando de recuperar ese momento en el que mis uñas se llenaron de tierra y en el que mi traje estalló con todo y su poder de hacer parecer a una persona como un ser muy normal. Y ahora sólo puedo usar ese chaleco, y por eso escribo esta carta en la que declaro ser tan víctima como esos cuerpos que ahora se desangran en sus sillas. Sigo sin entender, tan sólo sé que ese iiiii y luego aghh fueron lo que me trajo aquí y no tardan en regresar.
