A mucha gente le gustan las historias de fantasmas, de espíritus de difuntos varados en este mundo. La verdad jamás he visto uno así, y eso que tengo los ojos bien abiertos. Supongo que son engaños de los otros, de los que comencé a ver después de ir con aquel brujo. Son de diferentes formas, tamaños y texturas. Son energía, no podría decir que positiva, aunque no sé cómo llamarla. Cuando menos no son de carne y huesos. No. Unos pesados se arrastran en el suelo. Otros grandes y ligeros observan desde un centro denso. Unos con forma de aro se incrustan en mi cabeza. Y las serpientes que flotan, que se meten por mi cuello, no paran de recorrerme por dentro. Hay unos que son luces en mis ojos. Los hay parecidos a burbujas con flagelos. En general o navegan o se anidan en algún sitio para causarme dolor, alucinaciones, vibraciones extrañas o una sensación áspera. Cada vez que logro librarme de ellos vienen otros a sustituirlos, a poblar mi cuerpo. Andan en cloacas, postes, casas abandonadas, hierberías, burdeles, hospitales, manicomios y acechando en las puertas de los templos. Los soporto hasta que viene alguien a quien le atraen las historias de fantasmas, lo desconocido, sí, así como tú, que al escucharme abres tu mente y es de esta manera como pueden penetrarte. Así quedo yo vacío.
