Es el resultado de la acción eterna. Camino sobre estas cabezas de pájaro, estos hombres enmascarados que me llevan por debajo de sus hombros de un lado al otro. ¿O serán mujeres? Cubren sus rostros porque no deben recibir ninguna gratificación por transportarme. Ellos, ¿o ellas?, no van en penitencia, no tienen culpa alguna que limpiar. Sus almas están tan bien zurcidas como sus túnicas; ni un rostro, apenas el par de pies de cada uno, se asoma por debajo de la vestimenta. Ocho pares de sus pies son los que necesito para ir allá, sin ocho pares no puedo llegar. El ocho es ese número que en estos días me transporta: es dos veces cuatro, un cuatro de ida, uno de regreso, porque no me puedo quedar en mi destino. Sus ocho pies me llevarán mañana de regreso a ese mausoleo que tengo por casa. Ocho pies bajo cabezas de cuervos pero ese, el del centro, el que es la guía de mi camino, trae la boca descubierta por si un pregón se impone para que todos sepan lo que conviene que sepan todos.
Dicen que soy un santo, que por eso me llevan, que por eso miles me acompañan o me siguen cada año, que por eso mi nombre va con mayúscula. Yo no digo nada, tan de cera que soy. Tampoco veo, en este único día que salgo, el cielo.