Cuando estudiaba con miseria en aquel cuartito oscuro al que a duras penas le entraba la luz de las bombillas de la calle revelando eternas motas de polvo suspendidas en la música y en el aire denso e irrespirable por los millones de cigarrillos que nos habíamos consumido en una noche de seis botellas de vino y algunos porros, Tomás y yo introdujimos a Marcelita en la senda deliciosa del sexo grupal que ninguno había atravesado hasta ese momento y siendo una historia tan cliché y miles de veces repetida les digo les refiero con fidelidad el único sobresalto que vale la pena ser referido y anotado y que se nos quedó grabado para siempre en nuestras mentes y que aun hoy tantos años después lo traemos a colación cada vez que nos vemos, con muchos tragos en la cabeza y el calorcito inevitable del recuerdo sexual del haberse visto empelota de haberse besado manoseado de haber sido joven y follado sin moral: el líquido. ¡Oh, gran dios, el líquido! ¡Salud!