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Parasomnia

Dejó a un lado la escoba. Suspiró. Atravesó la puerta, la estancia y fue a sentarse en el sillón del fondo. Se buscó en el bolsillo el talismán (“Cincuenta cerillos de seguridad”) y sacó uno. Frotó, encendió, aspiró, sopló. Un banco de peces por el desfiladero blanco, dientes de león, paraguas. Uno tras otro, la caja iba vaciándose. Tenía la boca encendida por el calor, la fricción del movimiento fruncido. Se levantó. Fue a la cocina y puso la tetera, abrió el estante. Iba a aferrarse pero la mano equivocó el camino, estúpida, y entonces la taza, ¡ploc!, carajo, al suelo. Agotándose, volvió a barrer, vació el recogedor, dejó la escoba, suspiró y sintió el antojo. Otra vez, cuántas veces más tendría que repetirlo. Salir de la cocina, sentarse en el sillón, fumar, la sed. Regresar, prender la estufa, luego el acto erróneo y otra taza rompiéndose. Renunciar, barrer, etcétera. Cómo había comenzado. Primero la sed, y al rato el humo para paliar la pérdida, la tristeza de los pedazos rotos. O al revés, los gusanos del ansia quemándole la boca y por eso había ido a la cocina. No podía recordar, era confuso. No podía detenerse, qué iba a hacer. Quedarse los gusanos, ahogarse en la sed si no conseguía agarrar una taza antes de que la caja se vaciara. O no, o lo otro. Conseguirlo y tragárselos, apagar el incendio mientras la empinaba y escupir mariposas sin duelo. Habría que repetirlo hasta el final, una o la otra. Los minutos, las horas. Cuántas veces más, cuándo acabaría. Cuándo, tic tac. Tic tac, gritos, despierta. Siempre es igual. Sed, gusanitos, la boca seca y luego nada, vomitando aire en las sábanas.

 

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Escritora/Ilustradora. “Our songs will all be silenced, but what of it? Go on singing”.
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