Esperar la luz. Esperar a que salga la última luz, esperar a que prenda. Esperar. Es lo más que puedo hacer. Hoy. Esta noche, la más esperada del año, esta luz aparecerá y es todo. Con todo lo que tenga que ocurrir antes de que encienda el camino: el milagro, la mentira, la historia una y otra vez contada. La mayor de las mentiras. No es algo como fallarle a un niño por quedarte tirado de pedo, por decir que se prenderán las luces, que vas a llenar la casa de regalos y mañana toda la vida será diferente, más coherente, más justa, lejos de una noche de mentiras rojas, verdes y amarillas.
Es mejor esperar, una y otra vez esperar. No voltear al rincón ni debajo de la cama, de los cajones con cerillos para prender las luces, no decir un Ave María, no pasar por debajo de la mesa mientras la familia brinda y ríe. No es necesario. Sólo hay que esperar. No recordar que las luces son una mentira; lo más que se puede mentir a un niño, pobre o rico es igual: todos esperan. Los padres compran las mismas culpas a diferentes precios, pero los mismos recuerdos de una generación estúpida sin rumbo como cualquiera.
Esperar a que uno de los dos se canse. Esperar a que uno de los dos vea encenderse las luces del cuarto. Hoy que la fábrica de milagros funciona y puede encender la miseria. Hoy. Esta noche, la más esperada del año.