El fracaso del Proyecto Humanidad no sorprendió a nadie (de hecho todos lo esperaban) aunque de pronto se sintiera en el ambiente una fe incierta; dejo de ingenuidad necia y abatida. Se quería creer que en esta ocasión, quizá la idea se impondría a la realidad, que ahora sí sería posible, aun frente a la evidencia histórica de todo lo contrario, vivir como humanos conscientes más allá de la propia piel, del propio origen, del propio pueblo.
No importaba que se siguiera escalando la ideología falaz de que los hombres eran más que hombres, más que animales, mucho más que simples seres vivos en batalla perpetua por ser lo que nunca seríamos.
El proyecto se impuso en todas las naciones con carácter de obligatorio, sin embargo, la mañana de un día como cualquier otro, volvieron a escucharse disparos, se inició, una vez más, la historia de los hombres, una vez más, los lobos habían salido a las calles a matar a los lobos.