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La sonrisa idiota de los mártires

Las chicas tenemos una horma que nos define, venimos con un rosado laberinto impreso de fábrica, estandarizado por los derroches del creador y levitamos por la vida esperando al ariete perfecto, a la pica vigorosa que subyugue la horma la norma y la forma y las haga suyas —las avasalle entre sábanas, alcohol, sudor, manos mal lavadas y música improbable— y que calcine su pretencioso y enredado camino con el fuego blanco de los héroes.

Raúl hizo añicos el molde. Deshormó la horma. Le puso una bomba atómica.

Sentí la necesidad de poseerlo como única dueña, de negarle a la historia de la perfección masculina otra protagonista femenina que no fuera yo. O su madre.

Me senté en su cara como el día que nos conocimos, enardecidos y líquidos, pero esta vez estaba atado a la cama y lo ahogué, lo ahogué entre mis piernas, hasta que se quedó quieto.

No me mordió. Al instante entendió lo que le planteaba el destino y asumió valiente la responsabilidad de los héroes.

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Escritor/Ilustrador.
Diseñador gráfico alma vendida, hedonista de bolsillo vacío, activista de la pereza y los vicios solitarios, nacido en tierra de nadie Santiago de Cali, prosperó en la vida alegre y fue criado en modo experimental, casi como un hámster de ritmos tropicales, con la ternura y los dientes necesarios para dar un par de puñaladas de cariño y el justo pelito afelpado de la embriaguez.

Cree que el juicio es una trampa, la cerveza es una dicha y el humor confunde al tiempo; cree que el dinero es para los amigos, los genitales para el viento tibio y un vaso de licor con hielos para mantener el equilibrio en cualquier ocasión que valga la pena.

Dibuja desde siempre, con disciplina de borracho -tinta y mugre- y nunca termina nada, no sabe de finales ni de principios ni de la ciencia exacta del éxito. Pero sabe caminar por ahí, encontrando compinches que han iluminado las vueltas de su vida, y le escuchan sus teorías de viejo impertinente, iconoclasta y prostático, a cambio del poco tiempo que nos queda.

Amén.

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