Me pediste aquella noche que te despertara cuando saliera de casa. Te vi durmiendo tan tranquila como un ángel que no quise interrumpir tu sueño y dejé que te arrullaras con tu propia respiración.
La noche dejó desierta a la ciudad y sólo se escuchaba el sonido del viento entrando por la ventana, acariciando apenas el filo de la cortina.
Intentabas con dificultad abrir los ojos, me buscaste angustiada con las manos pero yo ya me había ido.
A tu lado únicamente estaba el resto de la sábana fría y, en el suelo, una maleta y una nota:
«Coge las llaves amor, me he ido de casa. Ya no me esperes más.»
Fue lo único que pude decirte, y una postdata:
«P.D. Si vienes a buscarme no olvides al caballito de mar.»