Como un pedazo de flor vencida, una caja de cartón mojado o unos lápices sin punta, voy deshebrando mis pieles. Una tras otra van cambiando el color, la forma y el tacto. Ya no soy la que se quedaba con piel de frasco, esperándote despierta toda la noche, en la esquina de esa casa, para correr y dormir en cualquier cama que incluya alguna parte de tu cuerpo. No soy la que despertabas cada martes con besos retorcidos. No soy la que con lija y piel de roble tiró tu teléfono por la ventana del baño después de aquella discusión horrible que tuvimos. Tampoco soy la que extrañaste cuando me fui a Cuba a trabajar por dos años y regresando tuve que entender que estabas viviendo con alguien más. No soy esa, tampoco la anterior. No la que atendía el teléfono en la madrugada de tus bares, no la que preparaba el pastel de cumpleaños sin crema, no la que caminaba hasta el súper, no la que se quedaba dormida en cualquier lado, no la que prepara el flan con cerezas, no la que recupera las semillas de tus restos, ni rellena los huecos de clavos de los cuadros que te llevaste.
Hemos nadado un par de ríos desde que nos conocemos, no espero de ti menos que una maleta grande donde acuestes estos y otros buenos momentos. No me ocultes en tu cabeza, no me encierres en tus ventanas, mírame bien, estoy intentando con fuerza y uñas ser cada vez mejor. Necesitamos más de estos versos para mirarnos un poco y saber donde guardarnos.