Carísima y castísima D.a Carlota
Agradezco Vuestra palabra encomiosa y la su gentileza con que de mí fala a su esposo. Por sus cortesías sin duda gran gloria le espera. El abate Viera, que su bendición le envía por el favor recibido, guarda la misma opinión.
En respuesta a Vuestra carta, en esta mi calidad de su médico más atento y cauto, me es indispensable preguntar a Su gentileza si los dolores son más acuciosos o si le instigan el humor sanguíneo y Vmd. se agita en calor, o si a caso es la bilis negra que la toma por las mañanas y ofusca su entendimiento y no piensa sino en gozar de su soledad.
Si esto de suso que digo fuera el caso, el remedio que pongo a Vuestra graciosa disposición es pedir a doncella discreta que busque un trozo de cordel grueso de uno o dos palmos de largo y lo pase por la llama hasta quemar las todas asperezas, y después lo bañe en cera fina hasta que sea firme y liso y no pueda sentir sino los surcos entre las hebras más gruesas. Encerado el cordel y redondeada la una punta a la llama o con los dedos, Vmd. debe usarlo al romper la noche y antes de que su venerable esposo tome los aposentos, durante dos lunas completas.
Si el dolor fuese mucho, entonces decidle a la doncella que busque cordel más delgado y apriete nudos en él, a la manera del cordón del Santísimo padre San Francisco, antes de bañarlo en la cera, de manera que su grosor no sea mayor al de dos dedos de garrido caballero.
Este remedio, que un mercader florentino me ha dicho que las mujeres de Sultán usan para calmar sus fervores de sangre, he encontrado de gran provecho para damas con su misma dolencia en todo lo ancho de este reino.
Fidelísimo a su cara lozanía,
D. Jerónimo de Aguilera y Montalvo