Una vez alguien me dijo –en aquellos días donde la gente aún me decía cosas– que el frío se encargaba de unir a las personas.
Irrelevante en su momento.
Hoy prendí el único cigarro de la semana, mi pequeño lujo. A través del espacio entre la ida y la vuelta del Circuito Interior, miré el cielo obscuro y nublado de esta noche a 4° centígrados. Tosí como toso siempre que hace frío. Fumé hasta el último resquicio del tabaco y me levanté con la seguridad de alguien que tiene su casa a dos pasos del lugar donde contempla el cielo.
[…]Pisadas de ciudad con sabor a piedras, vidrio, jeringas, tierra y basura. Luego, me fui a dormir esquivando sueños.
Las treinta hojas de periódico que me cubrían fueron la alarma. No me moví un milímetro, una cosa es aprender a vivir con miedo y otra muy distinta es dejar de sentirlo.
Apenas abrí los ojos, me vi rodeado por toses de cigarro y alientos de pegamento.
–¿Podemos quedarnos aquí carnal? Tenemos un chingo de frío.
Estamos solos, siempre lo estuvimos, pero el frío une a las personas. Me dijeron alguna vez.