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Alado deletéreo

Tara intentaba sonreír con la mejor de sus caras, estaba acostumbrada a fingir y las pastillas la ayudaban a que la realidad no se le notara.

Esa mañana sintió ganas de cocinar tarta, de preparar café y de ver a los últimos amigos que le quedaban.

Como siempre llegaron puntuales, como siempre le parecía insufrible la arrogancia de Indiana y el acartonamiento de Mac, como siempre le dijeron que se veía con una alegría renovada, como siempre no les creyó nada, pero era una noche especial.

Nada iba a cambiar, lo tenía claro, después de esa noche la vida continuaba a pesar de que ella no: la mañana seguiría entrando en grande por la ventana, las bocinas de los autos marcarían el ritmo musical de la calle y el diario daría la nueva fecha ignorando por completo que para ella el tiempo se había detenido.

Los despidió en la puerta y sintió que su soledad se hacía más plena, la depresión seguía apostada en su cabeza como un ave pesada que no acaba por levantar el vuelo.

Tiró la máscara en el sillón, dejó salir la amargura por la cara, destapó el frasco deletéreo y lo vació en la taza del café.

La acercó, sintió que el ave se movía. Besó el borde de la taza y sonrío pensando que al siguiente amanecer, aquella carroñera a la que había alimentado tanto tiempo, al fin se iría; le pareció una esperanza.

Dejó la taza sobre la mesa, no había sentido, a la mañana siguiente, cuando sonaran las bocinas de los autos, el ave aquella regresaría a comerle las entrañas.

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Escritor. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Obtuvo el premio José Emilio Pacheco, en el área de poesía, así como la beca Edmundo Valadés para publicaciones independientes, en 2004, 2005 y 2009. Actualmente es editor de la gaceta de literatura y gráfica Literal, y de sus distintas colecciones.
Diseñador / ilustrador / animador / teatrera / mesera y lo que venga.
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