Bocanada de tedio. El suspiro se teje, se enreda y se disuelve. Ese blanco vértigo, abismo de sensaciones que atraviesan, sin diques ni represas. Flujo, sólo flujo. Mis ojos miopes no precisan forma ni figura; toda blanca confusión se disipa y desvanece en el aire. Esos ojos tuyos, azules de niña, erizan el cuerpo, sólo el recuerdo…
Miedo al des-nudo; de deshacerse todo el tejido deshilvanado. No habrá ya para mi conciencia amanecer ni crepúsculo, sólo el blanco cegador y deslumbrante: locura inundada de sensación, memoria amenazada de ahogo, excedida y rebasada mesura.
Temiendo inconsciencia, huyo de la fuerza del mar y la caudalosa sensación para no sucumbir en el naufragio, a salvo en diques y presas, contenido y confinado. Lejos del peligro de desgarros y temblores, lejos de un gemido de placer mortal. Gimiendo y gritando, clamando, entra más aire; el blanco se hace más grande y se hace vacío en el interior, más espacio para que algo entre y cohabite, viva dentro, se meta en la piel, la llague y la hiera, imprima su huella. Pero puedo enloquecer… Pero el río…
Y si el agua acaricia la piel, purifica el cuerpo… Y si aligera y se lleva todo lo que pesa, y lo ancla al glacial deseo de prístina claridad. Esos ojos… de mar que mata de tempestad.
Y el recuerdo se consume y apaga, con el suspiro de tabaco por tus ojos.