En el jardín de mi habitación viven 5 violetas; el rosa y el blanco combinan sus tonalidades para darles color. Sólo una de ellas es de un morado intenso. Además de ser la primera habitante de ese campo local, es con la que más me acuerdo de ti.
Solíamos caminar por el centro y llegar a los límites de mis recuerdos, atravesábamos tus planes que encontraban un camino para llegar a los míos. Ese mapa que parecía estar lleno de coordenadas lo interpretabas con tal precisión que encontrabas la palabra exacta que faltaba en la frase de mi cabeza.
La primera de esas noches de paseo me platicaste de las violetas, de una idea que habías leído del libro que apenas a mí me había dado curiosidad. En ese momento no le tomé importancia. Meses después una necesidad crecía en mí. En cuanto la vi, supe que tenía que estar cerca de esa flor. Es con ella, con esa violeta, con la que me acuerdo de ti.
Fue en la universidad donde encontré lo que compartimos: el gusto por las letras. Ese gusto se intensificó cuando diagnosticaron mi estructura: ‘caja de muñecas’. Un par de años después me encontré contigo. Mientras yo hablaba del café, tú ya lo habías servido. Para este momento no sé si hablo de ti o de mí o de aquella vez cuando comencé a comer de tus anhelos.