El engaño del tiempo es cotidiano,
toda la información
está siempre en el pasado.
Un hubiera se disuelve en el aire mientras imagino cómo sería coincidir en el mismo universo, si nos querríamos más o tal vez menos o si es que nos queremos porque el espacio es una coordenada independiente al tiempo.
De algún modo logramos juntar nuestros días paralelos, sabiendo que las horas en tu reloj eran más cortas y las mías, tan largas, apenas alcanzaban a medir las consecuencias de un futuro incierto.
Hubo vacíos, hubo contados hoyos negros y, de algún modo, a pesar de la diferencia de horas, pudimos ajustarnos y crear una misma línea que miraba ya no de lado, sino derecho.
Cuando le encuentro una lógica exploración a mis recuerdos y reviso las fórmulas que no entiendo, me doy cuenta de que el tiempo es sabio: supo cómo, cuándo y dónde encontrarnos para traernos hasta este lado, el lado donde no existen los segundos, donde no hay teorías relativas ni locos sabios.
Miro el reloj a las dos de la mañana o a las 5 o a las 4. Después te veo fumando a mi lado y hago un lento recorrido por todos nuestros años. Pienso que no importa hacia qué lado giran las manecillas o de qué lado de la cama duermes. No importan la hora, el día, ni el lugar. Pasado, presente o futuro te quiero, a todas horas, con toda el alma, cada minuto de tiempo.