Eres demasiado cosmos para mi obscuridad, demasiada luna para mi demencia, demasiado corazón para mi juvenil derrota llena de placeres dinosaurios que con los años se rodean de hombres viejos, de ancianos que ya no pueden siquiera gritar su nombre para reconocerse entre los muertos.
Eres demasiado horizonte para mi ceguera, demasiado mujer para mis deseos más volátiles y más enfermos. Ya no canto en madrugadas ni amanezco amortiguado en tu selva negra tan llena de cadáveres y de recuerdos que culebrean el camino más inhóspito de mi mente retorcida.
Eres demasiado hiedra, demasiado punzocortante. Piensas que todos tienen razón cuando dicen que demasiado es poco. Yo también pienso que todos tienen razón cuando dicen que poco es demasiado.
El tiempo tiembla a tu alrededor porque tiene hambre de ti y no puede ni masticar uno solo de tus cabellos, de tus muslos, de tus senos, de tu vientre-Jesús.
Para mí ya eres demasiado desde el día en que dejaste de ser suficiente. Juré velar tus palabras, juré cambiar de algoritmos, pero sólo me queda la resignación, el eco de la risa, el perfume de tu piel inalcanzable y un testamento lleno de silencio y de gastada piromanía.