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El amor en tiempos del messenger

Nadie sabe querer, porque no hay un método; nadie sabe querer, porque no hay formula; nadie sabe querer, porque no hay guión establecido; nadie sabe querer, porque no hay reglas. El amor, en su etapa contemporánea, pertenece a un ser Narciso. No queremos querer a otro; queremos que nos quieran porque más vale recibir que dar. Al amor lo ha consumido el ego. Lo ha devorado, lo ha absorbido un ente que piensa sólo en él. Pero, ¿por qué? Por la misma razón que hace a los niños perder la inocencia, la capacidad de sorprenderse y de imaginar. En esta etapa social/moderna de la historia, ya nada nos sorprende, nada es extraordinario. Si tuviéramos una fantástica, así como tenemos una lógica, el amor sería natural. La labor primaria del ser humano, incluso antes de sobrevivir, es crear historias. Tanto así que se ha creado una propia: la vida.Y  las relaciones, actualmente, también han perdido esas capacidades. Queremos que nos atiendan, que nos escuchen, sacar nuestros problemas y ocupar a la pareja como un relajante muscular. Según lo que yo entiendo, y según  lo que yo creo, el amor de pareja debería entonces de crearse un por qué y un para qué. Hacerse pues, de un cuento de hadas. Jugar al lobo y la caperucita. Decidir no decidir nada, sino dejar que todo fluya como por arte de magia y si no fluye, también sería correcto. Hablo del amor análogo, del que no manda ni recibe corazones digitales en una conversación de whatsapp, del amor que no impone reglas, del amor que no corta la llamada a los cinco minutos, del que no se bloquea ni se elimina de tus amigos, del amor que no condiciona, del amor que se imagina a dos personas en una realidad aparte, apartada del resto de la sociedad real, no virtual. Del amor que cree en si mismo y nada más. Pero no es así, porque hay un nuevo orden virtual establecido y, para cambiarlo, se necesitan sólo dos enfermos que crean en lo ordinario e inventen su propio viejo mundo sin relaciones virtuales, su propio viejo mundo, con un cielo y un infierno capaces de devorarlos.

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Soñador. Escritor con los ojos abiertos. Mirada en la espalda. Aprendió a vivir las calles, los buenos tacos y el sudor de las mujeres. México es un puñal clavado en su espalda.
Ilustrador. Soñó que se caía, pero se agarró de un lápiz.
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